En el camino
El poeta da una vuelta al cielo

“Andariego como su padre chofer, para Robinson la poesía era un viaje, ¿qué otra cosa podía ser?” – John Galán Foto: Archivo Particular

El poeta Robinson Quintero Ossa le daba vueltas al cielo, a los árboles, a las piedras, a los pájaros, a los postes, a los patios, a su perro, a su doble, al deseo, a una palabra, a su oficio, a su infancia, a su casa, a su isla, a su jardín. Contra lo que podría pensarse, afirmó que el poeta madruga porque es quien más tiene que hacer al levantarse: “saludar el día/ espantar los pájaros amargos/ limpiar las palabras/ regarlas y vigilar/ que no mientan”.

Nació en Caramanta, un pueblo antioqueño al que ningún poeta le había cantado hasta que a él se le fue haciendo verso, al punto de componerle tres poemas y un libro entero: “En casi ningún mapa está mi pueblo/ Es apenas unas cuantas calles/ un paisaje de casas/ con una plaza en medio (…) Lejos de todo/ es una vereda/ un paraje perdido/ con pájaros y riachuelos”.

Andariego como su padre chofer, para Robinson la poesía era un viaje, ¿qué otra cosa podía ser? “Porque el asunto es moverse,/ errar,/ remontar la distancia,/ ser uno mismo lejanía”. De la carretera extrajo un universo de atardeceres, camiones, buses, pasajeros, conductores, ayudantes, montallantas, cruces abandonadas, derrumbes, montañas y ríos: “Mis ojos están llenos de ríos/ mi corazón sabe de sus rutas y distancias/ Mis días fluyen/ mis días van de prisa/ como sus aguas (…) Yo los voy cantando/ el Otún de altas guaduas/ el Nus y el Cauca de intensos soles/ el vasto Magdalena/ el Atrato penumbroso”.

Las cinco secciones en que dividió De viaje (1994), su primer libro, son motivos que acompañan toda su obra: la infancia, la mañana, el viaje, la poesía, la amistad. He aquí la infancia: “por días más claros que el agua más clara de las fincas, voy yo, la cabeza en alto, el paso firme sobre las tramas de la hierba, saltando cercas y alambrados, trepando lomas hasta las trochas de los voladeros”. He aquí la mañana: “Poesía del día feliz/ El cielo brilla alto/ en los tejados/ Todo incita a contemplarlo/ aunque nos encandile/ su llama”. He aquí el viaje: “Ante mí veo lo que un día se borrará para siempre:/ colinas de altos pastos rojos/ un río de brillantes peñascos/ una montaña escasa de luz/ y otra cumbre más distante donde ya es la noche”. He aquí la poesía: “La poesía no tiene horario/ La poesía se escribe/ no cuando uno quiere/ sino cuando ella quiere”; “Se espera de todo, menos de la poesía. Y todo lo da, al que ya no espera, la poesía”; “la poesía hace suyo lo anónimo del mundo”. Y he aquí los amigos: “que se vuelven como hermanos/ los pocos/ los extraños/ Esos que nos dejan su palabra oportuna/ en la memoria/ para el cuarto a solas/ cuando nadie vela con nosotros”.

Antes de sentarse a escribir sus poemas los caminaba, los paseaba, los pulsaba en voz alta a la intemperie. Su poema “De lejos” señala: “olvidamos que los dioses prefieren para declarársenos/ la intemperie”. En “Paseante” vuelve sobre la intemperie y precisa a qué dioses se refiere: “Mis palabras prefieren/ para dejarse ver/ la intemperie:/ los días son dioses/ y adioses”.

Advirtió que “donde no hay canto/ no hay oración”. Soplando en las bocas de las guaduas, el viento le enseñó a cantar. De hermosa voz y ceño aguileño, con Fernando Linero al piano compuso y cantó inspirados tangos. Aunque por cariño le decíamos Robin, y robin en inglés es petirrojo, para mí era un zorzal, el zorzal de Caramanta.

Del amor escribió poco. En el poema “Sin amor” declara: “Sin amor canto en medio del mundo como en el centro de un solar antiguo”. No obstante, un día lo atracaron y eso lo llevó a encarar el tema en “Alto ahí”: “El amor es un atracador/ No sabes en qué momento te asalta/ ni en qué lugar/ ni de qué modo/ ni con qué porqués.// El amor es un atracador/ Y sabes que no pide la bolsa/ sino la vida”…

Más letal que el amor, la muerte lo reclamó el jueves 23 de octubre, dejándonos estupefactos mirando al cielo en busca de “una respuesta en el mundo sin respuestas”. Nadie se esperaba semejante noticia, “venida con la oscuridad, lluviosa de intemperie”. A mí me llegó en medio de un concierto de Pablo Watusi en la Casa Kilele. Incapaz de entender cómo es que al destino le da por juntar así la dicha y la desdicha, bailé y lloré en memoria del zorzal mientras Pablo cantaba: “Si no existiera/ el sufrimiento/ no sabría/ si estoy vivo/ o si estoy muerto”.

Hasta siempre, querido Robinson Crusoe Quintero Ossa. En medio de este trance, releo que escribiste: “más hermosa que la luz inmóvil/ es la luz que huye”. Por mi parte, honraré tu amistad guardando tus tres “Mandamientos”: “Agradecer cada día el misterio del que nace el poema./ Ir sin prisa entre el mirar y el admirar./ Ser la luz secreta que medita”.

Bogotá, noviembre 08 de 2025

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