En el camino
En torno a la ternura

Stefhany Rojas Wagner y el también poeta y editor Fredy Yezzed me propusieron asistir a una de las jornadas del evento “Ternura de Abisinia. Encuentro literario por un mundo tierno”. Quienes aceptáramos participar debíamos discurrir acerca de qué es la ternura, cómo la sembramos, compartir un acontecimiento vital donde esta hubiese sido esencial y leer dos poemas movidos por su fuerza.

Sintiendo que me metía en un nuevo lío, acepté ir. A decir verdad, como individuo no sé qué tan tierno pueda o no llegar a ser. Lo que sí tengo claro es que como poeta se me dificulta reconocerme desde la ternura. No creo ser un poeta tierno, de pronto más bien un poeta ácido. Me cuesta inspirarme en la ternura, tarde o temprano caigo en la ironía. Tuve la idea de componer un haikú tierno para llevar al encuentro. Lo único que se me ocurrió fue: “Estoy triste./ Qué alegría./ Aún no te olvido”. Ahí se declara una tristeza, y enseguida la alegría de que el olvido aún no haya borrado todo. Quizás sea tierno, pero con una carga de desencanto.

Incluso en un libro tan idílico como Li poemas para Li me veo en guardia ante la ternura asociada al sentimentalismo excesivo. Permítanme citar “La pareja imantada, 7”:

“Cuando los enamorados/ se habitúan a hablar a media lengua/ en la intimidad// y comparten/ no solo/ casa, billetera, agenda/ sino/ cepillo de dientes, pijama /toalla, pañuelos y eructos/ sin asomo alguno de vergüenza// tal pareja alcanza,/ a no dudarlo,/ un raro equilibrio// un punto crítico de involución/ plenitud y decadencia”.

En el habla a media lengua de las parejas la frontera entre la ternura y la idiotez es muy tenue. Osos gigantes de peluche animan mis pesadillas. Recordé a mi amigo Josué Duarte, el baterista del grupo La Derecha. Él odiaba la ternura. Si una mujer le hablaba de ternura, la abofeteaba. Si se trataba de un hombre, lo arrojaba por la ventana. Se me ocurrió escribirle y preguntarle qué pensaba sobre la ternura treinta años después. El ahora padre de dos vástagos me respondió: “Pensando tu pregunta, creo que era puro pavor a la ternura como sentimiento. Después de tener hijos y convivir con locos bajitos con quienes la ternura es un sentimiento común se pierde el miedo y se disfruta”.

En nuestra historia reciente, la ternura tiene un referente que de manera premonitoria se me vino a la cabeza. En 1994, el siquiatra Luis Carlos Restrepo catapultó la ternura desde el ámbito de lo privado hacia lo público y lo político y puso a sentipensar al país con su best seller El derecho a la ternura. Años después, el doctor Ternura se alió al señor Guerra y, siendo su alto comisionado de Paz, como buen muchacho uribista, terminó enredado con paramilitares y durante catorce años se dedicó a huir de la justicia. La semana pasada, al cabo de un largo proceso que tuvo más de prescripción que de exoneración, la jueza Lilyan Bastidas negó el evidente sainete que vimos en la TV, esto es, la falsa desmovilización de un grupo de indigentes a quienes quisieron hacer pasar por combatientes, y absolvió a Restrepo del delito de peculado por apropiación. Un desenlace gris, anticlimático, en todo caso poco enternecedor.

Se preguntarán ustedes: ¿este tipo aceptó ir al tal encuentro para exaltar la ternura o para escarnecerla? El diccionario de la RAE define la ternura como un sentimiento de cariño entrañable. En ese sentido adhiero incondicionalmente a ella. Por muchos años detesté los poemas a la madre. Las antologías de mejores versos a la madre, como una que hizo el maestro Rogelio Echavarría, me resultaban impotables, un foco de propagación de la sensiblería.

No sospechaba entonces que, junto al resto de mi familia, tendría que rodear y cuidar a mi madre durante los últimos años de su vida. Una experiencia que afrontamos aferrados al cariño entrañable de la ternura: “Nos inclinamos/ para secarte/ y calzarte.// Te ayudamos/ a maquillarte/ y vestirte.// Cantamos, pintamos, leemos.// Jugamos, deambulamos, oramos.// Alisamos el ser/ como un guijarro.// A esta curva/ que nos regresa a la tierra/ le decimos amor,/ le decimos dolor,/ le decimos la épica de los microactos,/ lo atroz atroz,/ lo atroz delicado,/ lo atroz llevadero”.

Resulté escribiendo el poema “Madre”, cuyo comienzo acaban de leer, el cual, a falta de uno, terminó teniendo diez numerales surgidos a medida que el Parkinson se enseñoreaba de nuestros días: “¿Despiadado yo?//¿Y la enfermedad y la vejez?// ¿La vida, la muerte?// La corona de Cristo/ despunta en el balcón/ y en su lecho/ mamá es un cuerpo en pena.// Despiadada la existencia,/ despiadada la poesía”.

Esa vivencia me salvó de acudir al encuentro literario de Abisinia con las manos vacías. En el mes de las madres, quien me inició en la senda del cuidado y el entrañable afecto me dio fuerza para portar un grano de ternura: “Remontando/ la ladera,/ la silla de ruedas/ mi madre y yo/ somos una muda/ una lenta/ una sola sombra larga”.

CODA

El poema “Madre” se puede leer íntegro en Abisinia Review.

Bogotá, mayo 24 de 2025

https://www.elespectador.com/opinion/columnistas/jgalancasanova/en-torno-a-la-ternura/