En el camino
Sin teclas no hay paraíso

Encontrar un lector de tu obra es como hallar una perla en un pajar. Me sucedió con el suscriptor Marco Cardona, quien hace quince días comentó: “Nunca había leído una columna de este poeta que tanto admiro. El poema del letrero de la tienda siempre me ha sobrecogido”.

En 1993, ese poema dio título a mi primer libro:

ALMAC  N  AC  STA

Viejas letras de madera
sobre la fachada blanca de cal
anuncian a los pobladores
el ALMAC  N  AC  STA.

Nadie se ha encargado
de reemplazar las que han caído.

Cuántos años creciendo
recostado bajo el marco de la puerta
para nunca reparar en estas cosas.

Es preciso una tristeza
que lo traiga a uno de regreso,
apoyar una escalera sobre el muro

y fijar el cartel
EMILIO ACOSTA MARTÍNEZ
–mi padre– HA MUERTO.

Suprimir letras como recurso para expresar una pérdida no fue un invento mío, me lo enseñó la realidad en una fotografía. Una tarde, veíamos álbumes en casa de mi amiga Luz Nelcy cuando, de pronto, entre instantáneas de piñatas, piscinas y ponqués, apareció una foto de ella vestida de luto junto al portón del almacén de su familia el día en que velaban a Emilio Acosta, su padre, en Fómeque. El tiempo le había arrancado un par de letras al letrero, nadie se había encargado de reemplazarlas.

En El coraz´n  portátil, mi siguiente libro, resolví quitarle la “o” a la palabra corazón. Al coraz´n le falta algo, tiene un vacío el terco coraz´n. La tilde es la flecha que atraviesa ese vacío:

Nunca escasea el coraz´n.
No bien lo has perdido
y ya está el vacío en el pecho
acuñando uno nuevo.
Lo importante es no perder el vacío.

Tan largo preámbulo viene a cuento para referir un hecho en el que, con cruel ironía, en un acto que no sé si calificar de justicia poética o injusticia divina, la realidad porfía en arrancar letras, pero esta vez del teclado de mi computador. Caen, cual los dientes de un anciano, los pelos de un gato, las hojas de un árbol, los botones de una camisa o los pétalos de una flor.

No he logrado hacer mucho al respecto. Intento atajar lo inevitable con tiras de microporo, dejando la superficie del teclado como el rostro de un nazareno. No es nada fácil escribir así, con el alfabeto incompleto, con el ritmo entrecortado de un piano mueco.

Debido a ello, a modo de S.O.S. he colgado la siguiente frase en mi muro:

N_C_SITO  T_CLADO  NU_VO

Pese al aumento del dólar, la caída del petróleo y el fin de los días sin IVA, con el estipendio de columnista y las regalías de mis versos podría adquirir un computador último modelo. Me detienen el apego, la lealtad, el fetichismo que nos ata a nuestros destartalados objetos. Ese cariño que al tuerto López le inspiraban sus zapatos viejos.

Bogotá, julio 16 de 2022

https://www.elespectador.com/opinion/columnistas/jgalancasanova/sin-teclas-no-hay-paraiso/