En el camino
Un bello poeta feo

"Como Quasimodo, el jorobado de Notre Dame, Óscar se revela feo por fuera y hermoso por dentro" - John Galán Foto: Still de "Un poeta" - TocTalk Comunicaciones

Siendo un poeta, me quedaba difícil dejar de ver Un poeta, la película del paisa Simón Mesa que este año recibió el premio especial del jurado en la sección “Una cierta mirada” del Festival de Cannes.

No podía dejar de verla, y a la vez tenía recelo de la mirada que pudiera tener Mesa sobre el poeta y la poesía. Temía que nos fuera a estereotipar, caricaturizar y precarizar más de lo que ya se encarga la dura realidad.

No tuve esa impresión. Al igual que quienes la aclamaron en Cannes, no me sentí defraudado. Por el contrario, Un poeta me cautivó por ser una historia desgarradora, digna en su desolación, sublime en su feúra.

El protagonista, Óscar Restrepo, es un antihéroe perfecto: poeta y padre frustrado, divorciado, hijo arrimado, hermano repudiado, insolvente, atormentado, alcohólico y feo como él solo. Lo de la fealdad es deliberado: los primerísimos planos sobre la dentadura de Óscar y sus terribles alaridos no son gratuitos. El director ha dicho de la película que “es una cinta rara, como deforme”, “algo punk, feo y hermoso a la vez”.

Como Quasimodo, el jorobado de Notre Dame, Óscar se revela feo por fuera y hermoso por dentro. El amor por su hija hace que intente dictar clases en un colegio, donde conoce a Yurladi, una joven estudiante que dibuja y escribe versos. El buen Óscar se entusiasma y la lleva a una escuela de poesía. Ella asiste, pero luego no se muestra muy convencida. En una cafetería, hablando sobre la poesía, fulmina al poeta con la siguiente pregunta:

―¿Uno puede vivir de esto?

Óscar solo acierta a decirle que si le provoca otro pastel. Yo le hubiera respondido:

―Ay, Yurladi, qué lúcida y dolorosa pregunta. Soñar con dedicarse a vivir de la poesía no es un sueño, es una pesadilla.

En otro diálogo demoledor, estando con su hija adolescente, a quien ha tenido que pedirle prestados cinco mil pesos con la devaluada efigie de Silva, el poeta le pregunta que si acaso lo odia y ella le dice que no, que le tiene lástima.

En la crítica que publicó en Gaceta, el poeta Santiago Rodas considera que las actuaciones de Óscar, de la madre del poeta, de Yurladi y de su abuela funcionan muy bien, y que en los momentos de sutileza “construyen una atmósfera íntima con sus gestos mínimos y potentes”. No obstante, considera que esta película sobre el fracaso fracasa, entre otras razones, porque el chiste fácil prepondera sobre el humor afilado, porque aunque trata acerca de un poeta ignora la dimensión estética de la poesía, y por incurrir en el tópico conservador de presentar a la familia como única posibilidad de redención.

Coincido con Santiago en que el casting y los papeles protagónicos son de lo mejor que tiene Un poeta. Las escenas que tejen la relación de Óscar con su madre, con su hija y con Yurladi son convincentes, y el hecho de que la historia trace un arco que permite repensar al patético antihéroe como un sujeto noble, digno del afecto de su hija, me parece un acierto, no un fracaso.

Respecto a que la poesía brilla por su ausencia, para que eso fuera distinto quizá Óscar tendría que haber sido, no un poetastro, sino un poeta como Neruda en la película El cartero. De ahí que, más que en su esencia estética, la poesía aparezca en un prosaico entramado de recitales, festivales, cooperación internacional e identidades emergentes.

Me he cuestionado por qué Simón Mesa decidió recrear precisamente un poeta mediocre en su película. Por qué adoptó el cliché del poeta, no maldito, sino malito. La poeta Paula Altafulla objetó lo mismo en Facebook, caracterizando a Óscar como “un ser lleno de inseguridades, caprichoso, rodeado de mujeres que le acolitan el mal vivir y lo miman hasta quitarle toda capacidad de agencia; apegado a una idea de la poesía mandada a recoger, según la cual, el poeta sufre más que el resto y, por ende, es un ser especial con el privilegio de pasar por la vida sin asumir responsabilidades”. Leandro Vinasco también fustigó el cliché del poeta infantilizado, “que no es capaz de ser un adulto funcional porque le picó el bicho de la poesía, pobrecito”.

Como guionista y director, Simón Mesa ha dicho que en Óscar proyectó sus propias dudas, dilemas, miedos y frustraciones “frente a las implicaciones de hacer arte en un país que no termina de valorarlo”. Inspirado en un tío que tenía una relación materna igual, y en algunos de sus profes universitarios “que sucumbieron en esa bohemia clichesuda del artista”, fue construyendo el personaje y su mundo. Luego, en el casting, dio con Ubeimar Ríos, un profesor de bachillerato y literato fracasado que con su raro histrionismo definió el tono tragicómico que Mesa decidió darle a la película.

La estampa y personalidad chaplinesca de Ubeimar Ríos, quien nunca había actuado en la vida, le insuflan hondura y trágica humanidad al cliché del poeta malito, creando un bello poeta feo que con todas sus lacras y limitaciones prevalece por el carácter incorruptible de su ser.

En la inmensidad de este personaje ínfimo gravita la poesía áspera y entrañable de este film.

Bogotá, septiembre 13 de 2025

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